Es el más conocido oráculo de la antiguedad, conocido por los gobernantes, ya que no es actual que consulten sus asuntos por cualquier tipo de medio, hasta los esotéricos. Todo el mundo acudía a consulta al Oráculo de Delfos. Y llegó a ser el centro del mundo religioso del mundo helénico.
Creado en la ciudad de Delfos al pie del monte Parnaso, en Grecia, en honor al dios del sol Apolo, quién marcó el lugar para comunicarse con los humanos allí porque fue el lugar donde mató a la serpiente Pitia. Allí tambiñen era venerado Dionisio, dios del vino y del teatro.
Quiénes interpretaban las respuestas del oráculo eran las atractivas sacerdotizas vírgenes, las Pitonisas, o Sibilias, quienes pertenecían a variadas clases sociales pero que debían tener una conducta intachable y entregar su vida al servicio del sacerdocio, ya que su nombramiento era vitalicio.
El oráculo se celebraba un día al mes, el día 7 y uno de los grandes enigmas era la gran cantidad de aciertos que tenía. Igualmente, resaltemos el hecho de que al ser un lugar tan consultado por todo el mundo y estando en la antiguedad era uno de los lugares mejor informados, pudiendo de este modo dar mejores consejos sobre las consultas.
Dentro del oráculo en los llamados tesoros, que eran capillas se guardaban los regalos que les proporcionaban por la respuesta a sus inquietudes, donaciones frecuentemente muy ricas y valiosas.
La época de su apogeo es a finales del siglo VII a.C. hasta el comienzo del declive en el I a.C.
Ritual
El ritual consistía en llevar una cabra al altar, derramarle un cubo de agua sobre la cabeza, y ver si tiritaba, si lo hacía, esa era la señal afirmativa: Apolo quería responder.
En ese instante, la pitia tomaba hojas de laurel, que se suponía que eran las fuentes del trance.
Cuando la pitia había terminado el proceso de purificación, era conducida hacía el trípode, cuyos pies simbolizarían los tres períodos de tiempo controlados por Apolo, pasado, presente y futuro. La verdadera causa de su transformación era que ha medida que inhalaba los vapores se transformaba como si su cuerpo fuera poseído por un espíritu. Luchaba en contra de eso, tiraba de sus vestiduras y gritaba. Cuando las ramas de laurel que tenía en sus manos comenzaban a agitarse, los suplicantes acompañados de un hossi o sacerdote, eran invitados a entrar. Tras calmarse y adoptar una postura majestuosa, con los ojos perdidos en un punto fijo, pronunciaba las palabras proféticas.
Las predicciones eran dadas en forma de versos hexámetros, pero eran frecuentemente ambiguas y algunas veces incomprensibles. Cuando la predicción era dada, la sibila o pitonisa regresaba a trance para que el espíritu la dejara en libertad.
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